A veces te observo
sin que te des cuenta, sólo a veces. Supongo que te das cuenta porque tú
también me observas. Y nuestras miradas cambian como animales
hábiles que se adaptan a alteraciones de su ecosistema, animales salvajes
siempre. Cambiamos paralelos a nuestro ecosistema, con él, fusionados en un
mismo ente. Supongo que el problema viene cuando el pequeño mundo al que
debemos adaptarnos no es el nuestro, es entonces cuando la biología falla y
rompemos todas las cadenas de la naturaleza y aparecen las mutaciones, siempre
aleatorias.
A veces te observo
sin que te des cuenta, y me observas, y nuestras miradas cambian como animales
hábiles y salvajes, pero débiles.
Supongo que ella te
ha abierto las puertas de su pequeña parcela, ordenada, delimitada con pequeñas
vallas blancas, con geranios, rosas y buganvillas. El césped recortado, verde y
fresco, húmedo. Andaríamos desnudos sobre él. Pero a ella le gusta observarlo,
sentada en una silla blanca recién pintada. Y tú caminas, aterrado, con cuidado
milimétrico porque sabes que las rosas son delicadas y se deshojan con el aire
que haces al caminar. Y pisas el césped, asustado, porque sabes que con tu
oxígeno podrían crecer nuevas hierbas, desordenadas y aleatorias, como
mutaciones. Supongo que ella lo detestaría.
Mi mirada ha
cambiado, y te observo como se observa a un animal enjaulado. Con lástima e
impotencia. Quizás me esté comportando como una persona egoísta, o como un
animal preso de sus instintos más humanos y básicos, pero no te reconozco. Y
cuando descubres mi mirada, aparece tu violencia, pausada y sin fuerza,
patética. Te asusta que observe vuestra su pequeña y ordenada parcela y
mi caos la perturbe. No lo haré. Esperaré desnuda sobre amapolas y cascadas a
que decidas volver a tu naturaleza.
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